Redacción. – En un mercado donde las decisiones alimentarias están cada vez más atravesadas por preocupaciones sobre la salud, el medio ambiente y la procedencia de los productos, los alimentos orgánicos se han consolidado como una opción cada vez más presente.
Según la Universidad de California, el término “orgánico” no es una etiqueta de marketing, sino una categoría regulada que implica cumplir con una serie de requisitos estrictos establecidos por el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA).
Los cultivos orgánicos deben producirse en tierras que no hayan recibido pesticidas ni fertilizantes sintéticos durante al menos tres años antes de la cosecha.
Además, se prohíbe el uso de organismos genéticamente modificados, radiación ionizante y lodos de aguas residuales.
En el caso de la ganadería, los animales deben alimentarse con productos orgánicos, vivir en terrenos certificados como tales, y criarse sin antibióticos ni hormonas.
Desde el punto de vista nutricional, el debate sobre si los alimentos orgánicos son “más saludables” que los convencionales ha sido largo y complejo.
Según la Clínica Mayo, no existen pruebas sólidas de que los alimentos orgánicos contengan significativamente más nutrientes que los convencionales.
Coincide en esto la profesora Lizzy Davis, de la Universidad de Alabama en Birmingham, quien afirmó a The New York Times que “no hay diferencias en cuanto a macronutrientes como proteínas, grasas o carbohidratos”.
Algunos estudios han encontrado niveles ligeramente superiores de ciertos micronutrientes, como antioxidantes, en frutas orgánicas, pero, según la profesora Davis, estos resultados han sido “inconsistentes” y no se ha demostrado que tengan “efectos relevantes sobre la salud”.
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En la misma línea, un análisis de la Universidad de Harvard citado por Harvard Health Publishing concluyó que, aunque los productos orgánicos presentan un contenido levemente superior de fósforo y, en algunos casos, ácidos grasos omega-3 (como en la leche y el pollo), estas diferencias no son clínicamente significativas.
Los beneficios más sólidos asociados al consumo de alimentos orgánicos están relacionados con la reducción en la exposición a residuos de pesticidas y antibióticos.
Según el Instituto Nacional de Salud (NIH), uno de los hallazgos más consistentes en los ensayos clínicos es que las dietas orgánicas disminuyen de forma notable la excreción urinaria de metabolitos de pesticidas, en algunos casos hasta en un 90 % durante períodos breves de intervención.
Estos resultados, replicados en distintos estudios realizados en niños y adultos en países como Estados Unidos, Francia e Italia, indican que los efectos son rápidos y sostenidos mientras se mantenga la dieta orgánica.
La Universidad de Harvard también documenta que los alimentos orgánicos presentan un 30 % menos de residuos de pesticidas que los convencionales, aunque advierte que ambos suelen estar por debajo de los límites legales.
No obstante, la profesora Michelle Hauser alertó en una entrevista con Harvard Health, que “el hecho de que estén dentro del límite permitido no garantiza que sean seguros para todos los grupos de población”.
Los efectos adversos de los pesticidas son especialmente relevantes en la infancia. Según el podcast Kids Considered de la Universidad de California, existe evidencia que vincula la exposición prolongada a estos químicos con un mayor riesgo de trastornos del neurodesarrollo, como el TDAH y el autismo, así como con deterioro de la memoria y de las habilidades cognitivas.
En adultos, se ha asociado su exposición con mayor probabilidad de enfermedad de Parkinson, infertilidad, cáncer y trastornos hormonales.
En 2015, la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer clasificó como carcinógenos a tres pesticidas de uso común, siendo la dieta una de las principales vías de exposición.
Además de los pesticidas, los productos convencionales de origen animal pueden contener antibióticos administrados para acelerar el crecimiento del ganado.
Esto genera preocupación por la aparición de bacterias resistentes, un fenómeno observado por la Universidad de Harvard, que indica que el pollo y el cerdo orgánicos presentan un tercio menos de probabilidades de contener bacterias resistentes a los antibióticos.
A pesar de ello, ambas variantes, orgánica y convencional, presentan niveles similares de bacterias responsables de intoxicaciones alimentarias.
En cuanto a los beneficios clínicos asociados al consumo de alimentos orgánicos, los estudios observacionales ofrecen algunas pistas.
Según el NIH, existen investigaciones que muestran asociaciones entre dietas con alto consumo orgánico y menor incidencia de linfoma no Hodgkin, obesidad, síndrome metabólico, hipertensión, otitis media, infertilidad y malformaciones congénitas.
Uno de los estudios citados por el New York Times, realizado en Francia en 2018 con 70.000 adultos, halló una reducción del 25 % en los diagnósticos de cáncer entre quienes consumían alimentos orgánicos con mayor frecuencia.