jueves, junio 12, 2025
SU MUNDO FM

Cuando el liderazgo calla, el oportunismo grita

Los viejos rostros no ceden, los nuevos no convencen y la nación sigue esperando un verdadero proyecto de país.

Por: Alain Peña

El ejercicio político en la República Dominicana atraviesa desde hace años, una de sus crisis más profundas: la falta de liderazgos auténticos que ha dejado un vacío que actualmente es ocupado, sin resistencia por el oportunismo más descarado. La historia parece condenada a repetirse con los mismos protagonistas, mientras el país demanda un cambio que no termina de llegar.

Tal cual, consagró Antonio Gramsci, cito: “La crisis consiste precisamente en que lo viejo que no termina de morir y lo nuevo que no termina de nacer.”

El estancamiento de los mismos rostros y las mismas promesas:

Los actores políticos de siempre insisten en protagonizar el mismo relato desgastado. Quienes en su momento tuvieron la oportunidad de transformar la nación no solo fracasaron en cumplir sus promesas, sino que ahora pretenden regresar al escenario político como si el tiempo no hubiese pasado y las deudas con la historia no pesaran.

Los partidos, lejos de propiciar una renovación, prefieren la seguridad de los viejos liderazgos. Así, las mismas fórmulas que ya fracasaron se reciclan, en un ciclo interminable de promesas incumplidas y esperanzas frustradas.

El oportunismo, única ideología de gobierno se ha constituido en la degeneración de las ideas políticas. Ante la falta de liderazgos con visión de Estado, el oportunismo ha encontrado terreno fértil.

La gestión pública se ha convertido en un espectáculo burlesco y donde prima lo superfluo y las propuestas de nación brillan por su ausencia, donde las soluciones estructurales han sido sustituidas por la inmediatez política donde la dádiva y la foto oportuna, son las herramientas electorales.

En cada acto público, la puesta en escena es la misma: discursos grandilocuentes, entregas simbólicas y un ejército de cámaras capturando el momento. Como si la dignidad de un pueblo pudiera comprarse con cajas y promesas vacías.

Una sociedad cansada de las viejas fórmulas y los nuevos improvisadores. Pero el hartazgo no es solo con los mismos rostros de siempre, que tienen pululando más de veinte años en el escenario político. La nueva generación de aspirantes ha demostrado, en muchos casos, que no está a la altura del desafío.

En el partido oficialista, más de una decena de precandidatos compiten por la nominación presidencial. Algunos con trayectorias respetables; otros con nada más que su ambición personal. La nación asiste, una vez más a un desfile de vanidades disfrazadas de proyectos, donde la carrera por la sucesión parece más una competencia de popularidad que un ejercicio serio de propuestas.

Lo que obliga a realizar la siguiente pregunta: ¿Quién romperá este círculo vicioso?

Se necesita valentía y el coraje para reconocer que la patria no será redimida con discursos reciclados ni con candidaturas improvisadas.

La política no puede seguir siendo un escenario de egos y manifestaciones narcisistas, se debe recuperar su vocación de servicio, puesto que es la ciencia de las transformaciones sociales. Es tiempo de que los liderazgos entiendan que su deber es con la historia y no con la estadística de encuestas.

El precio de la grandeza es renunciar a la vanidad y asumir la vocación de servicio ante nuestros conciudadanos, como reza la máxima de Marco Tulio Cicerón, en las horas de peligro es cuando la patria conoce el quilate de sus hijos.

La historia será severa con quienes, teniendo la oportunidad de abrir paso a nuevos liderazgos, prefieran aferrarse a un poder que ya no les corresponde. Nadie escapa del juicio histórico.

Como advirtió Winston Churchill, cito: “La responsabilidad es el precio de la grandeza.”

Hoy, la verdadera responsabilidad de quienes ya ocuparon su lugar es retirarse con dignidad. Y la de quienes apenas se asoman a la política es comprender que no basta con aspirar: hay que merecer.

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