Esta frase, en la voz de un presidente de la República, a sólo un mes de haber tomado posesión para un segundo mandato constitucional (2024-2028), tras haber sido legitimado en el puesto por quienes participaron en las elecciones del mes de mayo, es más que significativa, alentadora y reveladora de que los tiempos siguen cambiando.
El presidente de República Dominicana, Luis Rodolfo Abinader Corona, al pronunciar un discurso ante la 79ª sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas, atrapó favorablemente a muchos que, incluso, dudaban de sus intenciones de no aceptar su candidatura en las elecciones nacionales para un tercer período consecutivo que, en este caso, sería el (2028-2032).
Afirmó el gobernante que fue elegido en mayo pasado “para su segundo y último” mandato de cuatro años y que, a pesar de obtener una mayoría congresual casi absoluta, ha propuesto una reforma constitucional para limitar el período presidencial, de manera que un nadie pueda pretender perpetuarse en el poder, modificando a su antojo la Carta Magna.
Esa proclamación en un escenario más allá de lo local, aunque ahora todo es global, encierra una visión sobre la necesidad de que las personas en posiciones de autoridad entiendan que su tiempo en el poder es limitado y que pueden y deben ser reemplazadas en cualquier momento.
Atrás van quedando las ideas de “Yo soy yo y mis circunstancias”, “el único que salva este país”, “el no hay nadie más para sustituirte”; “Sin ti se hunde este país” y otras tantas expresiones que a lo largo de mucho tiempo se manejan, en dinámica manipulación social en la política nacional e internacional, salvo honrosas excepciones.
Esta visión se sustenta en una perspectiva nueva, interesante y muy añorada en el país sobre lo que debe ser el ejercicio de la política y, además, de manera directa e indirecta, fomenta la humildad, la responsabilidad, el compromiso y la humanidad en quienes están considerados como líderes.
A esa visión del poder se suma el compromiso de servir a la comunidad, lo que refiere la necesidad de que los líderes utilicen su influencia y recursos para el bienestar colectivo, priorizando el bienestar de las personas sobre intereses individuales o de grupo, que ha sido lo que, mayoritariamente, ha primado en las sociedades latinoamericanas.
Ese concepto que, aparentemente, va a guiar al presidente Abinader Corona en el segundo período gubernamental que recién inicia, sin dudas está muy vinculado a una” verdad de Perogrullo”: “El valor de una persona no se mide por su estatus social, riqueza o fama, sino por la bondad y el respeto con los que trata a los demás, sin importar su condición”.
Las generaciones actuales se han venido formando sin referentes en la mayoría de las áreas de la vida, sin excluir, obviamente, por su importancia visceral la política, cuyos actores han sido protagonistas, quiérase o no, de lo malo, pero también de cosas buenas que se han producido en la sociedad.
De hecho, muchos “jóvenes” políticos sólo ostentan ese adjetivo calificativo por el momento de sus fechas de nacimiento. No por sus comportamientos, no por sus ideas, no por sus propuestas, no por sus visiones, no por sus posiciones. ¡Es una pena!
Es tiempo ya de que tanto las actuales como las futuras generaciones puedan encontrar un contrapeso a los desmanes, a la angurria desmedida, a la petulancia, a la prepotencia, a la fantochada, al, ¿tú sabes quién soy yo?… y al muy distorsionado concepto de que el poder lo puede todo y, del que las cosas “siempre se han hecho así”, para que la sociedad pueda dar un gran salto y entrar al carril verdaderamente democrático, innovador, constructivo y desarrollista.
Presidente, ojalá, ojalá, su expresión se eleve y sea interpretada como una línea para todos los políticos incluso, si no fueran de su partido, pero también para los militares, para los empresarios, en fin, para todos: “El poder es siempre transitorio y debe de estar al servicio de la gente”.