La sociedad actual se enfrenta a un dilema filosófico y sociológico que pocos han sabido descifrar en su verdadera magnitud. La teoría de la estupidez, propuesta por el teólogo y filósofo alemán Dietrich Bonhoeffer, nos ofrece un marco de referencia esencial para entender el fenómeno que vivimos hoy: una juventud atrapada en el andamiaje de la manipulación mediática, la desinformación digital y el desprecio por el pensamiento complejo. Esta idea, al cruzarla con las reflexiones de Zygmunt Bauman en La sociedad líquida y de Gilles Lipovetsky en La era del vacío, nos ayuda a comprender cómo la cultura contemporánea ha vaciado de contenido a las nuevas generaciones, sumiéndolas en una realidad en la que lo banal prima sobre lo sustancial.
La banalización del pensamiento: de Bonhoeffer a Lipovetsky
Dietrich Bonhoeffer advirtió sobre el peligro de la estupidez no como un mero problema de falta de inteligencia, sino como un fenómeno social peligroso: la incapacidad de reflexionar críticamente, de cuestionar, de ejercer el pensamiento autónomo. Según él, una sociedad que promueve la superficialidad y la repetición acrítica de discursos impuestos desde los poderes mediáticos y políticos se convierte en un caldo de cultivo para la manipulación masiva.
Zygmunt Bauman, por su parte, describe en La sociedad líquida cómo la modernidad ha disuelto todos los pilares estables sobre los cuales antes se construían las identidades individuales y colectivas. La precariedad del pensamiento, la inmediatez como regla suprema y la incapacidad de sostener compromisos sólidos han generado individuos que se desenvuelven en una constante incertidumbre y fragilidad emocional.
Gilles Lipovetsky, en La era del vacío, complementa esta visión con su análisis sobre la hiperindividualización y el narcisismo contemporáneo. La sociedad actual, dominada por el espectáculo, ha desplazado cualquier noción de trascendencia, reemplazándola por la obsesión con lo efímero, lo fugaz, lo viral.
Redes sociales y Fake News: el andamiaje de la desinformación
La influencia de los medios digitales ha sido el vehículo perfecto para consolidar esta era de lo superfluo. Las redes sociales, que en sus inicios parecían prometer una democratización del conocimiento, han resultado ser más bien un mecanismo de control, donde los algoritmos premian la viralidad sobre la verdad, la emoción sobre la razón y el escándalo sobre la profundidad.
El fenómeno de las Fake News es solo una manifestación de esta nueva realidad. No se trata únicamente de mentiras aisladas, sino de una estrategia sistemática que ha ido socavando la capacidad crítica de la población, especialmente de los jóvenes. En un mundo donde la información circula sin filtros, donde la validación se mide en “likes” y donde los discursos más radicales y sensacionalistas reciben mayor atención, el pensamiento reflexivo se convierte en una rareza, en una carga innecesaria para una generación que ha sido educada para consumir, pero no para discernir.
La crisis de valores y la disolución de la familia
En la República Dominicana, esta crisis se refleja en la transformación del núcleo familiar y en el rechazo de los valores que en el pasado sustentaron la identidad nacional. La familia monoparental se ha convertido en el modelo predominante, y el concepto de hogar como espacio de formación y transmisión de principios ha ido diluyéndose.
Hoy, muchas jóvenes dominicanas expresan su deseo de no tener hijos, o en caso de hacerlo, solo uno y por casualidad. Este fenómeno, lejos de ser una simple cuestión de preferencia individual, responde a un cambio estructural en la manera en que las nuevas generaciones perciben el compromiso, la responsabilidad y la construcción de un futuro colectivo.
La generación de hoy, moldeada por el líquido de Bauman, el vacío de Lipovetsky y la estupidez de Bonhoeffer, ha sustituido la profundidad por la inmediatez, el sacrificio por el hedonismo y la verdad por la conveniencia. Esto choca frontalmente con el legado de los forjadores de la patria: Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez, Matías Ramón Mella y Gregorio Luperón. Estos hombres no solo construyeron la nación, sino que lo hicieron con base en principios sólidos, con un sentido de propósito que trascendía sus propias vidas.
Conclusión: un llamado a la resistencia intelectual
En este contexto, la pregunta crucial es: ¿qué hacer ante esta realidad? La respuesta no es sencilla, pero pasa necesariamente por la reivindicación del pensamiento crítico, la educación con propósito y la reconstrucción de los valores fundamentales.
Es imperativo rescatar la importancia del debate serio, de la formación académica rigurosa y de la lectura profunda. La República Dominicana no puede permitirse que sus nuevas generaciones sean arrastradas por la corriente de lo banal y lo desechable. La historia nos ha demostrado que una sociedad que renuncia al pensamiento está condenada a ser manipulada.
Si la juventud de hoy quiere honrar verdaderamente el legado de los grandes dominicanos, debe hacer lo contrario de lo que dicta la corriente: cuestionar, resistir y construir una identidad basada en la razón, no en la apariencia; en la verdad, no en la ilusión. Solo así podremos evitar que la estupidez, el vacío y la liquidez definan el futuro de nuestra nación.
Por: José Rafael Padilla Meléndez, docente y analista político