El 6 de agosto de 1945 el entonces presidente de los Estados Unidos de América, Harry S. Truman, ordenó el lanzamiento de la primera bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. Apenas tres días después, el 9 de agosto, una segunda bomba atómica fue lanzada contra la ciudad de Nagasaki.
Aunque no existen cifras exactas, las estimaciones más realistas apuntan a que hasta 214.000 personas, la inmensa mayoría de ellas civiles, murieron como consecuencia directa del lanzamiento de las bombas de Hiroshima y Nagasaki.
Sin embargo, las consecuencias de la radiación siguieron impactando sobre la población. Los supervivientes, conocidos como hibakusha (“persona bombardeada” en japonés), sufrieron, además de graves secuelas físicas, discriminación y rechazo social.
Hasta ahora, las bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki son las únicas armas nucleares que han sido utilizadas durante una guerra. Sin embargo, sabemos que desde entonces y hasta nuestros días se han desarrollado armas nucleares que son 3.000 veces más potentes que las que se lanzaron sobre Japón. La utilización de semejante armamento podría provocar una catástrofe de proporciones destructivas inimaginables.
Y lo cierto es que la situación política global no genera ninguna esperanza para quienes trabajamos por la cultura de la Paz y de los Derechos Humanos. En suelo europeo Rusia y Ucrania libran una guerra en la que, de forma indirecta, están implicados muchos más países. Y la campaña militar de Israel un Estado con un importante arsenal nuclear contra Gaza no solo se ha convertido en un auténtico genocidio contra la población palestina, sino que está conduciendo a todo Oriente Medio a un conflicto regional como no se había vivido en muchas décadas.
Desde APDHA queremos hoy no solo recordar la tragedia que se vivió en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki hace 79 años, sino que también creemos que es necesario realizar un llamamiento urgente por la Paz. Es un imperativo ético acabar con el armamento nuclear, que puede conducirnos al Apocalipsis, y poner fin a los conflictos armados que, en Ucrania, en Palestina y en otros numerosos lugares del mundo se cobran cada día cientos de vidas humanas.