Por: Roberto Monclús
La crisis de Haití es, sin dudas, uno de los temas más delicados y urgentes que enfrenta la región del Caribe. La ausencia de instituciones sólidas, la violencia de bandas armadas y la permanente inestabilidad política han convertido al vecino país en un epicentro de incertidumbre que impacta directamente en la República Dominicana y, por extensión, en toda la comunidad internacional. Como dominicano y como observador de la política regional, me resulta inevitable analizar este escenario desde dos grandes lentes de las Relaciones Internacionales: el realismo y el multilateralismo.
El realismo, corriente clásica de la política internacional, enseña que los Estados actúan en función de sus intereses y de la necesidad de preservar su seguridad. Desde esa óptica, Haití no es visto como un asunto humanitario sino como una amenaza directa a la soberanía dominicana. Quien adopta esta visión concluye que el camino correcto es cerrar filas en torno a nuestras fronteras, fortalecer la vigilancia y, si es necesario, recurrir a medidas drásticas para impedir que el desorden se desborde hacia nuestro territorio.
El realismo aconseja también apoyarse en alianzas puntuales con potencias que tengan capacidad de intervención, como Estados Unidos o Francia, para asegurar que el caos haitiano no termine comprometiendo la estabilidad de la región. En resumen, bajo esta lógica, cada Estado vela por sí mismo y Haití se convierte en un problema de seguridad que requiere respuestas rápidas y contundentes.
El multilateralismo: cooperación para un bien común
El multilateralismo, en cambio, nos invita a ver más allá de las fronteras y a comprender que la crisis haitiana no es solo un problema dominicano, sino global. Desde esta perspectiva liberal, la salida no está en el unilateralismo, sino en la cooperación internacional a través de organismos como la ONU, la OEA o la CARICOM.
Una respuesta multilateral implicaría el despliegue de una fuerza internacional de estabilización acompañada de un plan integral de reconstrucción institucional y económica. Esta solución reparte las responsabilidades entre múltiples países, reconoce la incapacidad de Haití para salir solo de la crisis y evita que la República Dominicana cargue en solitario con las consecuencias.
Reflexión final
Como abogado, consultor político y periodista, observo con claridad que ambas corrientes ofrecen lecciones válidas. El realismo nos recuerda la necesidad de proteger nuestra soberanía y garantizar la seguridad nacional. El multilateralismo, por su parte, pone sobre la mesa la corresponsabilidad de la comunidad internacional ante un drama humano que supera la capacidad de un solo Estado.
La verdadera salida a la crisis haitiana quizá no esté en elegir entre uno u otro enfoque, sino en construir un puente entre ambos: reforzar nuestras defensas nacionales, mientras exigimos que las grandes potencias y los organismos multilaterales asuman su papel en la estabilización de Haití. Solo así podremos aspirar a una región más segura, más próspera y más justa.