Por Roberto Monclús
Periodista y abogado
La historia toca la puerta, pero solo las naciones conscientes escuchan. Hoy, ante la decisión del presidente Luis Abinader de ceder temporalmente el uso de la principal base aérea del país y del aeropuerto internacional más estratégico a fuerzas militares de los Estados Unidos, la República Dominicana enfrenta su mayor debate sobre soberanía desde la firma de la Constitución del 2010.
La memoria del Caribe nos recuerda a Vieques, Puerto Rico:
una isla que sufrió 60 años de bombardeos, contaminación y desplazamientos forzosos. Allí todo comenzó con acuerdos “temporales”, “técnicos” y “controlados”.
La historia ya nos mostró cómo termina ese camino.
La Constitución es clara: la soberanía NO se negocia
El debate no es interpretativo. La Constitución del 2010 lo define con precisión:
Artículo 2 — Soberanía del Pueblo
“La soberanía reside exclusivamente en el pueblo, de quien emanan todos los poderes, los cuales se ejercen por representación.”
Artículo 3 — Inviolabilidad de la Soberanía y del Territorio
“La soberanía de la Nación dominicana es inviolable. Ninguna autoridad puede someterla ni ponerla en peligro…
El territorio de la República Dominicana es inalienable.”
Estas dos disposiciones forman la columna vertebral de nuestro orden institucional.
Ceder territorio estratégico —aunque sea por horas o días— no es un simple acto administrativo: es un acto constitucionalmente sensible, que exige un nivel de justificación y transparencia que no se ha ofrecido al pueblo.
Porque si la soberanía es “inviolable” y el territorio es “inalienable”,
¿cómo puede un gobierno autorizar operaciones militares extranjeras en la base aérea más importante del país
y en el principal aeropuerto internacional?
El espectro de Vieques: ¿Puede repetirse aquí?
En Vieques, la presencia militar “temporal” terminó en 60 años.
Las prácticas “controladas” terminaron devastando el ambiente.
La promesa de respeto a la comunidad jamás se cumplió.
Puerto Rico carecía de soberanía plena para detenerlo.
La República Dominicana sí la tiene.
¿La estamos ejerciendo?
Hoy se ceden pistas y espacios estratégicos.
¿Mañana qué más se cederá?
Vieques es una lección que nadie debería ignorar.
¿Qué estarían pensando los padres fundadores?
¿Duarte aceptaría que fuerzas extranjeras operen en la joya militar de la nación?
¿Sánchez permitiría que un aeropuerto internacional —aunque manejado por un operador privado— sea puesto bajo control operativo de tropas extranjeras?
¿Mella callaría ante una medida que compromete territorio sin consultar al soberano: el pueblo?
Lo sabemos.
Ellos fueron claros: la libertad y el territorio no se entregan, ni bajo presión ni bajo conveniencia política.
La soberanía se pierde por pequeñas renuncias
No se trata de antiamericanismo.
No se trata de política partidaria.
Se trata de un principio irrenunciable: la nación se gobierna desde su propio territorio, no desde concesiones peligrosas.
Cuando un país entrega control operativo —aunque sea momentáneo— sobre infraestructura militar o aeroportuaria, está enviando un mensaje que puede volverse irreversible.
La historia demuestra que las cesiones temporales son la antesala de las pérdidas permanentes.
Vieques es la prueba viva.
Conclusión: Estamos a tiempo
La Constitución del 2010 nos da herramientas.
Nos recuerda que la soberanía es del pueblo.
Y nos exige defenderla.
La República Dominicana debe cooperar, sí.
Debe integrarse, también.
Pero jamás debe comprometer la inviolabilidad de su territorio.
Porque las naciones no se pierden de golpe.
Se pierden por decisiones “temporales” que nadie se atrevió a cuestionar.
Y la pregunta que queda en el aire —dolorosa, urgente y necesaria— es esta:
¿Permitiremos que la historia de Vieques se repita en suelo dominicano?










